lunes, 28 de septiembre de 2015

La leyenda del Quirquincho

Cuentan que hace mucho pero mucho tiempo, el quirquincho, antes de ser un animalito era un indio telero. Era tejedor pero casi nunca tejía, porque era muy perezoso. Preparaba el telar lentamente y con desgano; colocaba los hilos de lana y empezaba... Pero enseguida dejaba el trabajo: y decidía seguir al día siguiente.
Pasaban los días y entonces se acordaba de continuar con su tejido. Se sentaba frente al telar, pasaba un hilo entre los hilos de la urdimbre y se ponía a descansar. Al rato pasaba otro hilo y… se quedaba medio dormido. Pasaba un hilo y descansaba diez...
¡Lástima!, prolijo es..., ¡pero tan haragán! decía la gente del lugar.
Llegó el invierno. Los primeros vientos y heladas anunciaban que iba a sor muy frío. Todos se preparaban para protegerse y fue entonces cuando el protagonista de esta historia se dio cuenta que no tenía nada de abrigo para ponerse.
¡Qué frío! Y yo sin ningún poncho para abrigarme... Voy a tener que tejerme uno... ¡qué le vamos a hacer!
Eso significaba que tendría que estar varios días frente al telar y ya de sólo pensarlo empezaba a sentirse cansado. Pero armó la urdimbre, preparó los lizos y el peine, eligió la lana y empezó la tarea. Al principio todo iba bien, muy bien: una pasada, otra pasada, apretar los hilos; una pasada, otra pasada, otra y otra más. Cuando había hecho ya una franja se puso a contemplarlo. ¡Qué lindo iba eso! La trama había quedado parejita, apretada. Era en realidad un tejido tan perfecto que él mismo se asombraba al verlo. Entonces pensó en descansar un ratito. Y se quedó dormido. Al poco tiempo despertó y hacía mucho frío. No tenía más remedio que seguir tejiendo... Una pasada, otra pasada. Una pasada, una más y otra, y otra... No había alcanzado a hacer otra franja cuando… ya estaba cansado. Pero el frío era cada vez más intenso, así que no había tiempo para descansar.
¡Tengo que terminarlo, o me voy a congelar!
Con gran desaliento miró todo lo que le faltaba por hacer. Así fue que decidió continuar, pero como quería terminar pronto empezó a hacer la trama del tejido muy floja. De esta manera le rendía más el trabajo. Una pasada, una descansada; una pasada, una descansada... Entonces tomó hilos mucho más gruesos que los que estaba utilizando y menos retorcidos y siguió con su tarea. Claro que de esa manera la trama quedaba cada vez más abierta.
¡Si sigo así no me va a abrigar nada!, se dijo. Y haciendo un gran esfuerzo de voluntad continuó el tejido cada vez más y más apretado hasta terminar el poncho con franjas parejitas y con la misma prolijidad con que comenzó. Finalmente terminó y se puso el poncho que tanto trabajo le había dado.
Claro que durante todo el tiempo que se pasó haciendo el poncho, estuvo el dios de esas regiones observándolo. Y desde arriba movía la cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda:
¡¡Malo!, pensó, no tiene condiciones para ser hombre. Con tan poca voluntad para el trabajo, el pobre se va a morir de hambre. Lo voy a transformar en animalito, así podrá arreglárselas mejor.
Y así: lo convirtió en quirquincho. Su poncho se hizo caparazón para protegerlo de las inclemencias del tiempo. Un caparazón que tiene en los extremos las placas apretaditas y en el centro grandes y separadas. Como la trama del tejido de su famoso poncho.


Leyenda adaptada de la versión extraída de Garrido de Rodríguez, Nelli: Leyendas Argentinas. Editorial Plus Ultra. Bs. As, 1985

viernes, 18 de septiembre de 2015

Los Morteros Mágicos

Dicen que los Comechingones poseían conocimientos telúricos y mágicos. Es al menos lo que plantea el profesor Guillermo Terrera, de quien hemos hecho más de una mención en nuestro blog. Esta afirmación la hace en su libro El Valle de los Espíritus.
Es Terrera quien ha marcado las características físicas que han diferenciado a los comechingones de las demás etnias de la región, pues eran de gran altura, tenían largas y espesas barbas, tenían los cabellos de color claro y —aunque de otros autores— se dice que tenían los ojos verdes.
En cercanías del cerro Uritorco —como en buena parte del norte cordobés—, abundan los morteros de piedra que, al parecer, no solo cumplían una función alimenticia, sino que eran utilizados en ritos mágicos y sagrados. Dice Terrera que “…en la parte inferior de los morteros “estaba representado el cosmos con sus campos de fuerza dextrógiros y levógiros (*), y esta energía se podía percibir con sólo introducir la mano dentro de la concavidad del mortero (…) Si éste poseía poderes mágicos, el alimento preparado dentro del mismo adquiría la fuerza cósmica que se transmitía a quienes lo comiesen (…) Los comechingones, como habitantes de las serranías cordobesas, convivieron con los cerros, hondas quebradas, los valles luminosos y los arroyos y ríos de aguas transparentes. De allí su gran capacidad de observación y meditación, que con el transcurso del tiempo se convirtió en sabiduría empírica y mágica que les permitió crear valles de los espíritus o quebradas del silencio. Ellos aseguraban ver hombres que solían caminar por las sierras y desaparecer de improviso; seres que venían de la profundidad de la tierra... También los Comechingones contemplaron embelesados las luces o entidades cósmicas que surcaban el cielo nocturno”.
La fotografía del mortero es gentileza de Torres Quinteros Photography.
(*)Un viraje es dextrógiro si se mueve en el mismo sentido que las agujas del reloj, en contraposición a levógiro. Dextro proviene del latín dexter, y éste del griego δεξιός (dexiós): derecho; levo, del latín lævus (levus): izquierdo. Ambos conceptos también se conocen como dextrorrotatorio y levorrotatorio, respectivamente.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Las “chichises” vienen de lejos

Cerrando con la serie de notas sobre la vida de la etnia comechingona, que leímos en la web de Ser Comechingón, en esta entrega nos referiremos a las actividades artísticas y al idioma de nuestros queridos indios cordobeses.
• Pictografías
Los comechingones tuvieron una importante cantidad de representaciones rupestres y —por su número y calidad— alcanzaron la mayor concentración de arte primitivo metafísico en toda América, según dice Terrera, uno de los principales investigadores de la etnia.
Predominaban las pinturas sobre rocas, manifestaciones de carácter artístico, ideográfico (o no), parietales y petroglifos. Estas pictografías fueron en general de color blanco, rojo y negro. Estas reliquias se encuentran en su mayoría, en el centro-norte de la provincia de Córdoba: Cerro Colorado, Candonga y Ongamira. El yacimiento de Inti Huasi, ubicado en el noroeste de la provincia de San Luis, también se destaca por sus valiosas pictografías. Otro de los yacimientos importantes es el de Alpa Corral, alpa en lengua "Comechingón" significa piedra, es decir: Corral de Piedras. En este territorio se puede observar las divisiones territoriales que los Comechingones realizaron con piedras, denominadas actualmente Pircas.  
Los Comechingones adoraban al sol como fuente de vida y divinidad y se supone lo representaban de forma circular y así aparece simbolizado en algunos lugares. Tanto estos aborígenes en su hábitat natural, como los diaguitas, calchaquíes, sanavirones, entre otros, fueron los creadores de las pictografías que hay en los denominados “Casas o Templos Solares” de nuestro territorio. Muchas de sus pictografías han sido sacadas de sus lugares originarios y se encuentran en Inglaterra y otros países europeos.
Como una forma de auto-representación fabricaron estatuillas en cerámica. Aunque estas tienen un aspecto muy estilizado, solo se distingue su "sexo" porque están destacadas “las partes que representan a los genitales”.
• Idioma
Según José Álvarez, el idioma de los Comechingones no se ha conservado; solamente quedan unas pocas palabras seguras. Henia y camiare se citan como sus dialectos del norte y del sur, respectivamente. Algunas palabras que se reconocen de origen comechingón son:
Henen, henin, hen, pitin: pueblo (en henia)
Naguan, acan nave: autoridad (en henia)
Nave, navira: autoridad (en camiare)
Lemin: pescado (en henia)
Luimin: pescado (en camiare)
San: río / agua (en henia)
Chi: pezón.
Y aquí nos detenemos porque Chi debe ser una de las poquísimas palabras que del idioma comechingón que —a su modo— han perdurado hasta la actualidad. Seguramente en más de una oportunidad habrá escuchado como los cordobeses llaman a sus lindas chicas. Ellas son “las chichises”, que algún descolgado tratará ahora de traducir como “pezón-pezón”, lo cual es por lo menos discutible.
Muchos estudiosos aseguran la existencia de una relación directa entre la lengua comechingona y la sanavirona. Otros agrupan a ambas junto al diaguita. Los mismos conquistadores mencionaron que había muchas y diferentes lenguas en aquellas provincias. Al llegar los españoles a las serranías de Córdoba, los indígenas ya conocían además de su lengua propia, la del Perú, el quichua. Se creyó mucho tiempo que Jerónimo Luis de Cabrera venía solamente con un ejército español pero no fue así. Según Marcos Morínigo “los acompañaban varios miles de sirvientes en su mayoría indígenas peruanos (quechua parlantes) que los documentos históricos y notariales de época designan anaconas y yanaconas”. Como resultado de esta congregación Morínigo sostiene que “…ocurrió un proceso de relación interlenguas entre comechingones y sanavirones, evidenciada por la sustitución y duplicación de nombres de lugares y personas ampliamente documentada en los pleitos que, por posesión y deslinde de tierras, trababan los encomenderos entre sí. Luego se produjo una sustitución forzada de las lenguas aborígenes (comechingonas y sanavironas), por la quechua mezclada con español que hablaban los mencionados yanaconas. Hay pruebas que aportan documentos de archivo: ellos designaron cientos de lugares con voces quechuas o quechuas mezcladas con españolas, como Pascanas, Rumi Huasi, Achiras, Ancas Mayo, Mosuc Mayu, Icho Cruz, Alpa Corral, Barranca Yaco”.
Pese a la orden dictada por la corona española en 1780 de mantener solo la lengua española, las lenguas amerindias siguieron presentes y —en mayor proporción— el modo fonético de la lengua comechingona, lo que explicaría la situación que llevó a la forma de hablar actual en Córdoba. Y agregamos nosotros: hay indicios de un particular sentido del humor de los comechingones, a lo que se adicionó el especial humor de los andaluces, responsables de la conquista en esa región. “…i lo que hai, culiau”