sábado, 10 de octubre de 2015

La quena

La quena (en quechua: qina) es un instrumento de viento de bisel, usado de modo tradicional por los habitantes de los Andes centrales, según asegura don wikipedia. La quena es tradicionalmente de caña o madera y tiene un total de siete agujeros, seis al frente y uno atrás, para el pulgar. En la actualidad es (junto al sicu y el charango) uno de los instrumentos típicos de los conjuntos folclóricos de música andina. Es de origen Peruano y sirve para alabar a los Dioses Indios. Las evidencias más antiguas están en la Machala (costa norte del Ecuador) y Santa Elena (Costa central del Ecuador), pues hay también evidencias de origen nazca, de sicus hechos de cerámica y huesos de animales y humanos. La típica quena incaica era de veinte centímetros de largo y construida del hueso de la pata de la llama. Las quenas de los pueblos de la Puna están hechas de la canilla del cóndor o del guanaco. Pero —como corresponde— hay una leyenda sobre la quena que cuenta que “en tiempos remotos, las vírgenes del sol recogían la lana suave de la vicuña para tejer los mantos sagrados. Se reunían e iban en grupos a los mercados indígenas y allí elegían los más hermosos vellones. A una de estas visitas fue también la hija del gran curaca. Caminaban por un sendero que se extendía por pequeñas lomadas antes de llegar a destino. De pronto, desde un altozano, llegó el sonido de una flauta que sólo la hija del curaca oía. ´Se detuvo la jovencita y luego, como en sueños, caminó lentamente hacia el tañedor de esa flauta misteriosa. Era un pastor de llamas, que mientras pacían tranquilamente sus animales, hacía sonar su instrumento. Se enamoraron, porque los dos se presentían en sus silencios. Pero la diferencia social que existía entre los dos hacía difícil los encuentros, y sólo se veían cuando él la llamaba con su flauta, tocando aquella canción que ella escuchó por primera vez. Una tarde la ñusta no llegó al lugar de los encuentros. El pastor hizo sonar muchas veces su flauta llamándola, pero en vano: los crepúsculos morían en la soledad de los cerros. Y con la duda del olvido en su pecho, bajó al pueblo para averiguar la causa de la ausencia. La aldea se hallaba de fiesta. Y ¡oh! ¡Sorpresa! La mujer que él amaba se casaba con el hijo del curaca del pueblo vecino, enemigo del padre de la muchacha. Había llegado el novio con su séquito de guerra y de abundantes regalos. Los pobladores miraban asombrados todas aquellas riquezas, pero con indiferencia. Cuando buscaron a la novia para que recibiera al acaudalado caballero, no la encontraron. Había desaparecido como si Pachamama la hubiera tragado. En vano la buscaron todos. Se pensó que el padre no quería casarla con el hijo de su enemigo. Entonces hubo amenazas y el pueblo que amaba a su Señor, se volcó por senderos y lugares mas escondidos en busca de la novia. Llegaron hasta las aldeas más apartadas y no la hallaron. Y una tarde, la encontraron muerta en el lugar donde siempre se reunían con el pastor de llamas. Pasó el tiempo sobre una tumba que todas las mañanas se veía cubierta de flores silvestres, pero un día la hallaron profanada. El pastor, enloquecido, había sacado de los restos de la ñusta el hueso de una pierna y huyó para la soledad de los timos. Y con él hizo una flauta que sonaba más dulce que ninguna. Y todos los atardeceres, sentado ante la inmensidad de las cumbres, tocaba su flauta como en los tiempos idos, llamando a la mujer que no olvidaba. Por eso dicen que la quena es tan suave y melancólica, porque nació del dolor del amor”.

(A esta leyenda la leímos en el blog Azuquitas, que hacen unas talentosas niñas mendocinas)

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