Encontramos una hermosa historia que forma parte de las
leyendas indígenas latinoamericanas.
La historia dice que “…hace
mucho tiempo, aunque ya se practicaba la agricultura en los valles, la vida
seguía siendo dura en los cerros y las punas, porque allí los pastorcitos
sufrían la sed cuando marchaban tras sus rebaños.
Uno de esos
pastorcitos se había enamorado de una joven como el pero hija del curaca, el
jefe de la comunidad. Cada vez que regresaba a la aldea-después de una larga
jornada en los cerros-, la saludaba desde lejos; y ella le sonreía, le
sonreía...El curaca no quería ni oir del amor entre jóvenes. Soñaba con otro
destino para su hija (Seguro el hijo de otro jefe), y odiaba al pastorcito.
Quizás esa prohibición los acerco. El chico, un día, junto coraje y le hablo:
la quería con todo su alma y no se resignaba a vivir sin ella. La joven también
le confeso sus sentimientos, y, sabiendo de antemano la oposición que
encontrarían, escaparon hacia la montaña.
A la mañana siguiente,
muy temprano, cuando el muchacho debió marchar con los animales y el grupo de
pastores, sus compañeros notaron su falta, pero partieron igual. Rato después,
el jefe se levanto para iniciar la labor del día. Advirtió la ausencia de su
hija y se sorprendió, porque ella nunca faltaba a esa hora. Algo malicio porque
despacho un chaski al cerro para saber si el pastorcito había marchado con las
llamas. ¡Y no le cupo duda! Convoco entonces a sus guerreros para salir en
busca de los enamorados, apresarlos y darles su merecido.
Los jóvenes
sospecharon que el airado curaca andaría tras ellos. Llevaban horas de
delantera, pero conocían la firmeza y la capacidad del jefe y sus guerreros.
Apelaron entonces a la Pachamama, la Madre de los Cerros, la protectora de los
cultivos de maíz y de quinoa, la que ampara siempre a quienes le manifiestan su
respeto. En lo mas alto del cerro cavaron un hoyito, depositaron en el los
alimentos que llevaban y los cubrieron con piedras; allí mismo hicieron una
apacheta, uno de estos altares a cielo abierto que en plena montaña
reverenciaban a la madre generosa. Y cuando la apacheta había tomado forma y el
curaca y sus guerreros trepaban la cuesta acercándose a los fugitivos, la
apacheta se abrió como un manto protector y recogió en su regazo a los dos
enamorados.
El airado jefe y sus
hombres llegaron jadeantes a la cumbre, pero solo encontraron una apacheta
recién hecha ¡Y ni rastros de los fugitivos! Tuvieron que volver a la aldea, y
cuando el curaca finalmente se resigno, junto a la apacheta broto una nueva
planta, hasta entonces desconocida, que en la sequedad de esas alturas formo un
tronco grueso, espinudo, alto y recto y con sus brazos al cielo: ¡era el
pastorcito convertido en cardon, agradeciendo para siempre a la Pachamama!
Desde entonces, los que marchan por el cerro solo tienen que voltear un cardón
para encontrar, en su esponjosa y jugosa madera que parece de papel, el agua
que saciara la sed de hombres y animales.
Y cuando las nubes se
amontonan y las montañas resuenan con el trueno que anuncia la tormenta, sobre
el pecho verde del cardón nace una flor blanca para anunciar la lluvia que
bendecirá la tierra: es ella, la enamorada, convertida en flor por la Pachamama”.
A esta historia la leímos en http://leyendas.idoneos.com/montana/
y la fotografía es de Mario Giorgetta, cuya web es http://giorgetta.ch/
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