Cuentan que hace mucho pero mucho tiempo, el quirquincho,
antes de ser un animalito era un indio telero. Era tejedor pero casi nunca
tejía, porque era muy perezoso. Preparaba el telar lentamente y con desgano;
colocaba los hilos de lana y empezaba... Pero enseguida dejaba el trabajo: y
decidía seguir al día siguiente.
Pasaban los días y entonces se acordaba de continuar con su
tejido. Se sentaba frente al telar, pasaba un hilo entre los hilos de la
urdimbre y se ponía a descansar. Al rato pasaba otro hilo y… se quedaba medio
dormido. Pasaba un hilo y descansaba diez...
— ¡Lástima!, prolijo
es..., ¡pero tan haragán! decía la gente del lugar.
Llegó el invierno. Los primeros vientos y heladas anunciaban
que iba a sor muy frío. Todos se preparaban para protegerse y fue entonces
cuando el protagonista de esta historia se dio cuenta que no tenía nada de
abrigo para ponerse.
— ¡Qué frío! Y yo sin ningún poncho para abrigarme... Voy a
tener que tejerme uno... ¡qué le vamos a hacer!
Eso significaba que tendría que estar varios días frente al
telar y ya de sólo pensarlo empezaba a sentirse cansado. Pero armó la urdimbre,
preparó los lizos y el peine, eligió la lana y empezó la tarea. Al principio
todo iba bien, muy bien: una pasada, otra pasada, apretar los hilos; una
pasada, otra pasada, otra y otra más. Cuando había hecho ya una franja se puso
a contemplarlo. ¡Qué lindo iba eso! La trama había quedado parejita, apretada.
Era en realidad un tejido tan perfecto que él mismo se asombraba al verlo.
Entonces pensó en descansar un ratito. Y se quedó dormido. Al poco tiempo
despertó y hacía mucho frío. No tenía más remedio que seguir tejiendo... Una
pasada, otra pasada. Una pasada, una más y otra, y otra... No había alcanzado a
hacer otra franja cuando… ya estaba cansado. Pero el frío era cada vez más
intenso, así que no había tiempo para descansar.
— ¡Tengo que terminarlo,
o me voy a congelar!
Con gran desaliento miró todo lo que le faltaba por hacer. Así
fue que decidió continuar, pero como quería terminar pronto empezó a hacer la
trama del tejido muy floja. De esta manera le rendía más el trabajo. Una
pasada, una descansada; una pasada, una descansada... Entonces tomó hilos mucho
más gruesos que los que estaba utilizando y menos retorcidos y siguió con su
tarea. Claro que de esa manera la trama quedaba cada vez más abierta.
— ¡Si sigo así no me
va a abrigar nada!, se dijo. Y haciendo un gran esfuerzo de voluntad
continuó el tejido cada vez más y más apretado hasta terminar el poncho con
franjas parejitas y con la misma prolijidad con que comenzó. Finalmente terminó
y se puso el poncho que tanto trabajo le había dado.
Claro que durante todo el tiempo que se pasó haciendo el
poncho, estuvo el dios de esas regiones observándolo. Y desde arriba movía la
cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda:
— ¡¡Malo!, pensó, no tiene condiciones para ser hombre. Con
tan poca voluntad para el trabajo, el pobre se va a morir de hambre. Lo voy a
transformar en animalito, así podrá arreglárselas mejor.
Y así: lo convirtió en quirquincho. Su poncho se hizo
caparazón para protegerlo de las inclemencias del tiempo. Un caparazón que
tiene en los extremos las placas apretaditas y en el centro grandes y
separadas. Como la trama del tejido de su famoso poncho.
Leyenda adaptada de la versión extraída de Garrido de Rodríguez,
Nelli: Leyendas Argentinas. Editorial Plus Ultra. Bs. As, 1985